Tras la mar en calma,
el horizonte y mi mirada.
En su brisa fresca
revolotean gaviotas blancas.

Yo, ajena a su danza, perdida
con mis sueños sobre las aguas
queriendo alcanzar otra orilla…
 
El compás del viejo reloj
despertó la nostalgia,
que dio vueltas alrededor
de mis ojos de ausencia;
la penumbra con desamor
adornaba la estancia;
y mí voz callaba el dolor
de una vana existencia.
 
-I-
 


Sólo mi soledad
y el alba gris.

Mi mundo es un océano
sin luz de sol,
sin luna,
con un viento sediento
y una mariposa,
con la espuela del tiempo
sobre mi frente,
y un alba que nace
a deshora.


De la enorme luz
que diera
mi lúcida sombra
hay un lago lleno
de lágrimas rotas,
un remanso gris,
y, allí, algunos sueños,
remeros a lomos
del viento,
que morirán de viejos.

Sólo mi soledad
y el alba gris.

 
-II-
 


Alba lluviosa
triste y amargo
es nuestro despertar.

Veo lágrimas marchitas,
de un corazón solitario,
y estas horas frías
que, al pasar,
dejan la tristeza
al pie de mi ventana.

Hoy sostiene a nuestra amada tierra
un eje de cristal.
Veo el llanto del hombre, la sinrazón,
y la muerte del alma…
Escapan mis palabras por el aire
como pompas de jabón.
Son nuestros ojos
cimas de oscuridad.

Alba lluviosa,
triste y amarga
es nuestra andadura.

 
-V-
 


Hoy las nubes desprendidas
pueblan la mañana;
sobre los cielos, escondidos
valles de esmeraldas.
Ante un abismo está
la muerte acicalada
de alamares fundidos,
que espera y calla.
Y una canción
tras las nubes blancas
que espera y calla.
Hoy las nubes desprendidas
pueblan la mañana,
y el viento del otoño
trae velas de nácar.

 
-XII-
 


Las nubes iban
y el sol venía.

Las nubes
iban a esconderse
quedándose el campo
bajo un sol de nieve.

Por el cielo,
el sol naciente
el frío besaba
sobre mi frente.

El invierno oscurecía
pajarillos y estrellas;
páramos somnolientos
y albas sedientas.


Bajo el cielo, un sol bañaba
la tristeza
mientras las nubes iban
y el sol venía.

 
-XV-
 


Mar azul,
por ti lloro mi viejo amigo.

Es tu cuerpo
mi lírica sombra.
Las olas, náufragas
olvidadas,
llevan la cruz
de tu azul
océano de sueños…
Bajo las veladas arenas
hay besos sedientos
adheridos como caracolas
a un coral de cristal.
Son tus pechos,
arrugados
odres de cartón
que el tiempo destila.

Tus lágrimas,
con las mías huyen
hacia una fría
estrella de metal.
A tu azul
entrego mi llanto herido.
La noche nos contempla
en su cielo lívido.

 
-XXV-
 


Amor, tus pasos andan de mañana
negras sendas donde la noche anida.
Has dejado cristales en la huida
y un sueño dolorido en la ventana.

Tras de tu piel, el sol mi piel desgrana.
Densas nubes de rabia contenida
dejo en la brisa, sin miedo; conmovida,
suena el negro batir de una campana.

Mi voz sueña las aguas de esa orilla…
Mis ojos van sus mares navegando.
Llevo tu tierna flor en mi mejilla.

En las fuentes del tiempo están flotando
nuevos brotes de flores y semillas,
y con ellas tu amor me está esperando.

 

A MAGDALENA FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

A su memoria
-11 de febrero de 2007-

 


-XXVI-

Siempre alumbrarán tus ojos
nuestros ojos vagabundos:
errantes soles perdidos
entre las sombras del alma.

Te abrazó la plenitud
del infinito en la noche
al descubrir la quietud
de la aurora cuando nace.

Como tú, seguiré al sueño
que viaja sin detenerse;
y ansiaré alcanzar los cielos
que asoman por mi ventana.

Tú ya has surcado los cielos
fundida en un mar de estrellas,
y has seguido las llamadas
sin voz que el azul esconde...

 
-XXVIII-
 


Tú me lloras, Noviembre, en este día
con un llanto que baña los sentidos
de esta tierra repleta de sonidos
acuñados en fuentes de sequía.

Hoy, Noviembre, tu calma gris y fría
se desplaza con vientos desprendidos,
los esfuerzos del sol vagan perdidos
y se esconden entre nubes de agonía.

Se adormece esta tierra dolorida.
Ella espera, Noviembre, tu llegada
y te entrega su piel descolorida.

En otoño cruzas tu luz templada
con reflejos de su alma deslucida
y al frío invierno entregas su mirada.