AQUELLA OTRA MUJER

 

 

Del poemario, Cartas Sin Respuesta

 

A menudo contemplo /aquella otra mujer /que regresa a mi tiempo. /En un pasado tácito, /sin duda, fue /mudo testigo de su historia. /Me regresan las voces /de aquella otra mujer /que ha crecido en horas grises, /sin poder liberar las palabras /que encerró / en campos de silencio. /Con frecuencia la contemplo /y a través de ella /mi vista se pierde... /Ya su aliento /no es el mismo /y ella lo sabe, /aunque sea la misma mujer. M. Ángeles Bernárdez

 

Durante toda la vida he sido una baqueteada sombra -se decía a sí misma- a la orilla de intransitables caminos. De niña vislumbraba ensoñadores amaneceres sobre el mar, como torres inalcanzables, que se fueron alejando a medida que creía poder encumbrarlas. Siempre dibujé en mis espacios burbujas de ilusión, aunque el cielo las cubriera de ciegas tempestades. Seguí avanzando y aprendiendo, ilustrando deseos, primero soñando y más tarde sintiendo el pleno amor de quienes caminaban a mi lado; inventándolo todo: hasta el olor laureado y trepador de quien alcanza la meta deseada. No supe ver cuándo la vida me hizo caminar a destiempo. A pesar de los vientos airados y tormentosos que me envuelven, no dejo de mirar hacia adelante y, hacia atrás, como el que pasa las amarillentas hojas del libro contiene la historia de su vida, y en donde aún queda el final por escribir. Soy lectora convulsiva de mis vivencias sin conseguir descifrar el divino enigma, la palabra reveladora que ha de venir con la respuesta. Cuanto más avanza este presente que despega y convierte en polvo la hundida huella de mí misma, más intento adivinar ese hálito que me llevará desnuda quién sabe hacia dónde o hasta dónde. La última página escrita en el presente, me describe un desierto sin oasis. Un desierto abrasador, con arenales de fuego infernal, dibujados espejismos de verdeantes palmeras y fuentes cristalinas, que intenta alcanzar el espectro de mi sombra.

 

Como una botella echada al mar que tras cristal oscuro oculta su mensaje, me llevan y me traen las olas de orilla en orilla, perdida la rivera donde el sol iluminaba. Detrás de las murallas de mis campos desiertos, vivo amando equivocadamente el abrazo de la soledad. Tras los invisibles barrotes de esta prisión, a veces, me siento víctima y, también, verdugo de mí misma. A menudo, me descubro como si en mí viera a otra mujer; en ella no me reconozco. Una mujer que regresa haciéndome revivir el pasado. Esa otra mujer es ya de otro tiempo, pues la contemplo desde otra perspectiva. Desde otra dimensión la veo representar escenas que formaron parte de mi escenario vital sobre un nebuloso suelo. ¡El ayer fue tan fugaz como un suspiro en el viento! Ya esa mujer no soy yo, pero sé que sigue estando dentro de mí. El camino que tuvimos que recorrer fue largo y penoso. El que seguimos recorriendo nos conduce por laderas empinadas de abismales honduras, mas no podemos arrojar al vacío, de nuestros cuerpos, el íntimo lastre de la vida y lo vivido. La existencia nos deparó más sufrimiento que gozo. También sabemos que todo está en nosotras mismas: lo creado y lo que ha de venir. Hoy, seguimos adelante queriendo cambiar la rodada de viejas huellas sin dejar de preguntarnos por qué hemos sido y somos merecedoras del trato inferido, por qué podemos apenas rozar una brizna de la volátil dicha y engendrar equivocados compases de angustiosos tiempos de espera y desengaño, de falsas alegrías; ficticias realidades en tácitos sueños que no cesan. Ambas somos náufragas conviviendo en una minúscula isla, reducto de tiempo ya caduco, observando en el firmamento el inalcanzable y cristalino fulgor de miríadas de estrellas resplandecientes que dejaron de existir. Para seguir viviendo, sin convertirnos en espectros de destellos inexistentes, hemos de buscar la divina la luz de la infinita estrella del alma, escoger de entre sus pródigos haces luminosos, aquellos que irradian esperanza en la espera, unas veces temerosa y otras expectante, y que nos alientan mientras aguardamos el momento de descubrir el verdadero fin de esta tortuosa singladura. Antes de marchar, mi última palabra no pronunciada podría ser como dijo Rabelais, antes de morir: “Me voy en busca del gran quizás… Este anhelo me hace sostenible la vida que vivo entre la incertidumbre y la espera…

 

Publicado en el Semanario Granada Costa el 16 de junio de 2005.