PARÁBOLA DE UN HECHO CASUAL
 

(Los hechos aquí relatados son ciertos,
aunque para no herir sensibilidades
he omitido los nombres de las personas que aparecen)


 


 

La noticia de la visita de un actor del cine español de los años sesenta, residente en la ciudad desde su retirada del mundo escénico, al foro de una de las más conocidas tertulias literarias corrió como un reguero de pólvora entre poetas, escritores, pintores y asiduos acompañantes. En la asociación literaria que, de tarde en tarde frecuentaba, aquel titánico logro conseguido por la matriarca o, bien, presidenta, mecenas de la cultura, siempre que la ocasión se lo permitía en beneficio propio gracias a las subvenciones de organismos oficiales que con sibilino descaro conseguía, fue motivo de reiteradas felicitaciones por ser la artífice de tan magna visita. He de decir en honor al invitado, pues me merece un gran respeto como persona y como actor, que la floreada e intrínseca maniobra de asalto hacia su persona llevada a cabo por una muy distinguida contertulia, portadora de la antorcha que le entregara la musa Erato, fue la causante del foráneo hecho acaecido esa tarde. A este buen hombre le dejó sin habla y, creí observar, hasta sin respiración; sin embargo, en un alarde de caballerosa gallardía, sin prestar atención a lo sucedió, con una amplia sonrisa y en distendida conversación, deleitó a quienes tuvimos la amabilidad de no hacer “mutis por el foro” y así escapar de apátridas miradas presas de una íntima vergüenza ajena.

 

La amplia cafetería del hotel donde aquel día tenía lugar el evento estaba a rebosar; ni un alfiler habría entrado de canto. En un pequeño rincón, un reducido grupo de contertulios, con amplias sonrisas cómplices, presumía de sabérselas todas a cerca del invitado. Me parecía estar contemplando a personajes dispuestos para entrar en escena; yo me sentía parte del elenco de actores aficionados. Y continuaba llegando algún que otro rezagado a quien no le quedaba más remedio que aguantar de pie pero que con amabilidad fingida, casi etérea, saludaba; después de otear el recinto con gesto estupefacto, por tan enorme afluencia de aforo, dispersaba distraídamente la mirada en busca de algún pequeño espacio perdido entre la multitud de sillas y de mesas dispuestas a modo laberíntico tablero de ajedrez.

 

El invitado llegó puntual a su cita acompañado por varias personas: una de ellas cargaba sobre sus hombros una cámara de televisión; otro llevaba una cámara fotográfica sujeta al cuello y un micrófono, en una de sus manos. Era desafiador el paisanaje, parecido al que rebosa en los tendidos o en las aglomeraciones en hora punta, donde hombres y mujeres aguardan expectantes, airosamente estoicos. Allí hubo lugar para la anécdota; también para la categoría de quienes supieron aguantar el tipo a pesar de las circunstancias.

 

Los asientos centrales estaban ocupados por directiva, sequito e invitado. -Por favor: en breves momentos se van a hacer unas fotos. Estas se harán por pequeños grupos. Así que estad atentos. Comunicó la presidenta a los presentes, voz en grito. -¿Ha oído usted? Me dijo un señor sentado a mi derecha; asentí sin pronunciar palabra -¿Y qué le parece? Se han perdido las buenas maneras. No han dado las buenas tardes, para empezar... Bueno... (Tras una pausa prolongada) -Dispense... Una recién llegada pedía paso. Aquella elegante señora me era conocida. Se comportaba siempre como una mujer de buenos modales y profunda religiosidad. Su mayor fuente de inspiración, solía decir, era la celestial y suprema figura de Cristo. - Dispense... Volvió a repetir. Al mirarla, le sonreí. -¡Hola! Muy exaltada me abrazó. -¡Hola! ¿Yo a ti te conozco...? ¡A claro mujer...! ¿Cómo estás? No le pude contestar. -¡Tengo unos nervios! Fíjate la hora que es; ya están todos en sus asientos y yo le prometí a la “presi”, sonrió, (refiriéndose a la presidenta de la asociación) que estaría aquí para hacer las presentaciones. Yo, sabes..., soy íntima amiga de ese pedazo, buenazo, excelentísima persona, inigualable actor que hoy nos acompaña. ¿No lo sabías? Bueno...; no me gusta presumir. Imagínate..., Suspiró y puso cara de asombro. Exaltada, exclamó. -¡Pero, te das cuenta! ¿Cómo paso, por dónde? La buena señora con la palma de la mano en alto trató de llamar la atención de la presidenta. Un camarero diligente se le acercó. -¿Un vermú, cerveza, café...? -¿Cómo? No, no; lo que quiero es pasar hacia delante y no puedo. -Es imposible señora, a no ser que tuviera alas. El señor que estaba junto a mí replicó, -Sí; eso parece. -Por mí, que no puede. ¿Verdad? En esta ocasión me hablaba a mí, y continuó. -Esto no es nada poético, ¿no creen? Da para un sainete. -¡Y tanto! Le respondió la señora con forzada sonrisa. -En fin; por mí, que no quede. Yo paso como sea. Sí, sí... ¡No te espabiles y ya verás, ya, cómo te quitan el puesto! Ya sé qué hacer; aunque, no es correcto. Pero, las circunstancias mandan. Se decía a si misma. -Bueno, ¿qué más da? Me indicó con la mano en alto. -Ves aquella chica que está al lado de mi queridísimo actor, pues ahí debería estar yo. La presidenta ni me ve con tanto personal... Seguía, mano en alto, tratando desesperadamente de llamar la atención. Le indiqué. -Insiste, insiste. Con tanto ruido, aunque les llames en voz alta, no te oirán. -Ya lo he pensado. A ver...; piensa, piensa... Se repetía una y otra vez. El señor que se sentaba a mi lado, pendiente todo el tiempo de las tribulaciones de esta mujer, le increpó. -Bien, ¡tendrá que pasar por debajo de las mesas o quedarse ahí de pie! Sólo le falta sacar el pañuelo. Lo siento, pero no hay otro camino. Tras pensarlo unos segundos. -¿Verdad, usted? Y, además, quién se va a dar cuenta. Continuó con una sonrisa entrecortada. - No lo veo claro, pero... si usted lo dice. No merece la pena, por salir en televisión o en el cultural del periódico, hacer el ridículo. Tras un corto silencio la vimos encorvar su espigada figura, despojarse de sus altos zapatos; tras hacerme responsable de la guarda y custodia de su bolso, me susurró enérgicamente, antes de desaparecer de mi vista, -¡disimula, disimula y no me mires! Por favor, disimula...

 

Salvo el señor que tenía a mi lado, la totalidad de los allí presentes eran ajenos al increíble recorrido que iniciaba la mística poeta, a ras de suelo y sobre frías baldosas, para alcanzar la meta deseada. La protagonista de tan ardua escena apareció en el mismo lugar donde el invitado ocupaba su asiento. Por un corto espacio de tiempo el silencio fue el rey del recinto. Silencio eclipsado por la sonora carcajada y el ramillete de besos que regaló a quienes la aguardaban; y exclamó, -¡sorpresa..., sorpresa...! ¡Ya no me esperabais! Es una pequeña broma que os he querido gastar... El susto del invitado fue mayúsculo; seguidamente, aunque con disimulo, propinó un soberano empujón a otra habitual contertulia que se hallaba de pie junto al actor en el momento en que vimos al fotógrafo efectuar una primera toma. Para tan ansiada fotografía, en blanco y negro, posó rígida como un palo y un sorprendido esbozo de sonrisa en los labios.

 

El desconocido señor que tenía a mi lado comenzó a toser. Me abordó de nuevo. -Perdón, ¿le estoy molestando? Llamó la atención del camarero y le pidió: -sírveme un tintito, para combatir el tedio y este catarro; después me voy...

 

Publicado en el Semanario Granada Costa el 8 de diciembre de 2003.