UNA RIADA PASÓ POR BELÉN
(2ª parte)



 

- Tiempo de reencuentro: / al regreso no deseado / del dolor atrapado / en el ayer desprendido... -

 

Asomaba la mañana inquieta, desbordante en su belleza, alzando corazones al aire en su inquietud. Asomaba liberando alientos precursores de primavera. También asomaba al corazón de Clara, tras un largo tiempo de invierno frío mecido al sol del Sur, a su íntimo sueño hambriento de claridad, de cielos rasos y transparentes. Asomaba elevando hacía su corazón vestido de noche alboradas plenas de esperanza. Clara, con el gris otoño de la vida enraizado en su piel y en su alma planeaba acabar con la inquietud de un deseo permanente. Anhelo por siempre vivo, en ella, a pesar del transcurrir de los años. Desde la inmensidad de su alma ansiaba encontrar a Teresa. De aquella amistad sólo habían quedado palabras de promesas incumplidas, de ilusiones desprendidas, de mil sueños destronados. Ambas fueron compañeras navegando por océanos desmedidos sin llegar a conocerse. Sentada en un banco del nuevo parque de la rambla de Belén contemplaba los amplios ventanales del Instituto de Enseñanza Media Celia Viñas, llamado Javier Sanz en los años en que cursaba estudios junto a Teresa. Ya no existía el cauce de la rambla; en su lugar un hermoso parque había cambiado por completo el antiguo aspecto, de la misma. Su amistad con Teresa fue una historia inacabada, un mudo alejamiento que declinó en un adiós involuntario. Y era ahora, asomada a una nueva etapa de la vida, olvidada ya de tantas cosas, cuando no podía dejar adormecer en el silencio su más ansiada inquietud: el reencuentro con Teresa. Antes de expirar la tarde iba ha iniciar un recorrido de pasos obligados para propiciar ese encuentro. A su alrededor, en dulce compás espera, la voz cristalina del agua le hablaba de aquel sueño inerme. Y recordó una cita anónima; siempre, ante las dificultades, Teresa y ella la solían decir a dúo: "El deseo es un anhelo sin intento..."

 

La primavera se manifestaba caprichosa y, tras un día espléndido, ahora parecía estar en sintonía con su estado de ánimo. La noche se presentía lluviosa y un viento húmedo comenzaba ha levantarse. Clara subió con agilidad los escasos escalones de acceso al centro comercial donde, si sus informes eran los correctos, trabajaba Teresa. La hora del cierre del local se le había echado encima. después de estar todo el día dándole vueltas a su idea y buscando fuerzas para llevarla a cabo. Tras tomar aire, se adentró en el recinto. Su ansia la llevó a escudriñar cada rincón de aquel lugar, para detenerse finalmente ante la interminable hilera de cajas registradoras. La mayoría ya estaban vacías, en otras, las empleadas cobraban a los últimos clientes. No lo dudó un instante, al contemplar a una de las cajeras, cuando su mirada se detuvo en la caja número cuatro: era Teresa. Iba vestida de uniforme azul y lleva el cabello recogido en forma de trenza; estaba muy delgada. Mientras se acercaba a ella pensó en volver sobre sus pasos, pero no lo haría; aunque una voz interna le decía que este encuentro no iba a ser lo que ella esperaba. Al llegar junto a ella, susurró: -¡Dios mío si eres tú, Teresa...! Al levantar la mirada, Teresa la reconoció. Una línea gris perfiló en sus labios una forzada sonrisa. Su frialdad recorrió el cuerpo de Clara como si fuera un rayo perdido. -¿Clara...? ¡Clara...! ¡Cuántos años...! Teresa mordía las palabras al hablar. Y supo que el deseo de reencuentro no era recíproco. No obstante, Clara se abalanzó y abrazó espontáneamente a su amiga. Ésta, rápidamente se apartó. -¡He deseado tanto encontrarte, saber de ti! -De mí, Clara, es mejor que no sepas nada, no te va gustar. -¿Qué te pasó Teresa? -Qué nos pasó, Clara... Voy a buscar al encargado para entregarle las lleves y vuelvo; espérame en la cafetería del centro comercial.

 

Clara se sentó a esperarla junto a un gran ventanal de la cafetería. Ésta, tenía la mayoría de sus luces apagadas y se encontraba vacía de personal. Tras los cristales podía ver una amplia avenida. Las luces de las farolas de la calle iluminaban la fina capa de lluvia que comenzaba a caer. No la vio venir hacia donde ella estaba. Nada más llegar, Teresa le preguntó: -¿Aún te persiguen tus fantasmas? -. Conseguí derrotar a muchos de mis fantasmas, pero algunos quedan agazapados en lo más hondo del alma. A uno de ellos quiero desterrarlo, ganarle la batalla, y por eso estoy aquí. Después de todo la vida no se ha portado mal conmigo; sin embargo contigo fue cruel, despiadada... Si te das cuenta, después de muchos años nos volvemos a encontrar tras un gran ventanal. Hoy también llueve... Teresa la interrumpió. -Hubiera sido mejor, para ambas, qué no me buscaras; qué no quisieras saber nada de mí. Ahora le hablaba mirándola directamente a los ojos. Su álgida mirada nubló los ojos de Clara. -Te voy a ser sincera y no me interrumpas. Hoy va a tener lugar otra riada. En este momento la riada es mía. Subyace en lo más hondo de mi ser pugnando por aflorar a la superficie. Me preguntas, ¿qué nos pasó? De verdad, quieres saberlo? ¿Quieres saber lo que callé, lo qué nunca te dije, lo qué ha sido mi vida, lo qué hice con mi vida? Teresa respiró profundamente antes de continuar. -Tienes ante ti a una mujer con una única perspectiva de vida: la soledad más absoluta. Soy una mala persona, Clara. He vivido al límite, he hecho cosas en mi vida que te escandalizarían. Ante ti tienes a una mujer sin familia, sin amigos, un desecho humano. Durante muchos años he llevado una doble vida. ¡Ni te lo imaginas! Pero, te lo voy a decir... Continuó en tono burlón. -Sabes, ¿cuál ha sido una de mis ocupaciones, excluyendo otras de las que no quiero hablar ni ponerles nombres? No, no lo sabes; no sabes en que me convertí... Me convertí en mujer siendo niña de la forma más cruel; no pude continuar mis estudios porque me escapé de casa de unos tíos... También, he sido señorita de compañía todo tipo de hombres; y con todos los derechos incluidos, previo pago. Teresa se tapó la cara con ambas manos y dejó escapar una sonora carcajada... -¡No me creo estar hablándote de mí...! Con los puños cerrados golpeó fuertemente la mesa donde estaban. Después, tras un breve silencio, continuó: -Siempre he logrado ocultar mi doble vida. ¡Esa...! ¡Esa, soy yo...! Clara, entre angustiada y conmovida, al ver resbalar una lágrima por la mejilla de Teresa, le ofreció un pañuelo. Aquella escena parecía una repetición de la vivida aquel fatídico día; ahora los papeles estaban cambiados. Clara sintió una infinita ternura por su amiga. En esos momentos, hubiera dado la vida por ella si se lo hubiese pedido. -Lo siento, Teresa. ¿Por qué no viniste a buscarme te hubiera ayudado? - ¡La buena de Clara! Cuando mis padres murieron, el día en que la violencia de unas aguas inmundas se los llevó ahogados en barro, deseé que hubieran sido los tuyos. ¡Yo, tu gran amiga...! Ellos se lo merecían; los míos eran buenas personas, unos benditos... Y te odié, Clara. ¡No sabes cuánto! Y ese rencor se adueñó de mi corazón haciendo desaparecer el cariño que por ti sentía. ¡Clara, te odié a ti, al mundo entero... Aún no he podido perdonar a Dios por mi desgracia. ¡Conmigo, la vida se ensañó! Desde aquel mismo día mi vida se convirtió en fango, el mismo que amasó la lluvia. Ya sabes porqué nunca he podido mirarte de frente. Clara enmudecida, apenas podía respirar. No pudo pronunciar palabra alguna, cuando Teresa se puso en pie y dio por concluido aquel encuentro, alejándose sin despedirse...

 

El silbato de un agente de la autoridad me sobresaltó. Al despertar del trance en que me habían sumido mis pensamientos recordando a Clara y a Teresa, me dirigí hacia una hermosa fuente que tenía frente a mí y refresqué mi cara sudorosa. El agua cristalina me invitaba a beberla, incluso a darme un baño. Unos jóvenes montados sobre patines pasaron rozándome de forma calculada. Emprendí mi camino de vuelta a casa observando sus piruetas, y a mi memoria vinieron las imágenes de los números de los equilibristas del circo, que temerariamente efectuaban, y que en tantas ocasiones presencié en el circo Price. El mismo que, a finales de la década de los sesenta, el curso de una violenta riada, a su paso por el cauce de la rambla de Belén, se llevo al mar. No recuerdo haber visto, desde aquel nefasto día, un carromato de circo en la explanada de la rambla de Belén. No pude evitar que afloraran, libremente, unas lágrimas a mis ojos; no quise contenerlas, el sudor también mojaba mi cara...

 

Publicado en el Semanario Granada Costa el 7 de julio de 2003.